LUNES, 7 DE
ABRIL DE 2008
07/ 04 AUDIENCIA DEL JUICIO POR
CJVJM Comisión por los Juicios Verdad
Justicia y Memoria - Mar del Plata
JUICIO POR
El
“A los secuestrados nos conocen todos, pero a los torturadores no”. En una
nueva audiencia del Juicio por
El testigo que está radicado desde hace 24 años en el Brasil contó ayer frente
al Tribunal Oral Federal Nº 1, por primera vez, su infierno de 45 días como
víctima del terrorismo de Estado.
Prandina vivió en Avellaneda hasta marzo de 1976. Allí trabajaba en la
industria química y militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores
(PRT). Días antes del golpe de Estado vino con sus padres a vivir a Mar del
Plata, donde continuó con sus estudios de ingeniería química y comenzó a
militar en el PST.
La madrugada del 13 de octubre del 76 un grupo de tareas compuesto de 8 ó 10
hombres ingresó a la casa de la calle Nápoles 5368. Prandina y su madre
dormían. De aquel episodio el testigo recordó que entre sus secuestradores
había dos personas que sobresalían del resto. Uno era un hombre alto y moreno
que se identificó como el oficial Maidana de
El otro sujeto, era mucho más agresivo y fue quien ingresó al cuarto de
Prandina preguntándole por “Norma”. A los pocos minutos ya estaba encapuchado y
tirado sobre el piso de un Falcon verde. Fue el ruido de los barcos y el
recorrido del auto lo que le permitió inferir que estaba en
“Estamos entrando con paquete”
Esa fue la frase que indicaba a la guardia de la base naval que el grupo de
tareas ingresaba con un nuevo detenido. Prandina recordó que el auto dobló a la
derecha apenas entró. El recibimiento no fue distinto al de tantos otros
secuestrados, una larga secesión de torturas físicas y psicológicas. Las
preguntas sobre fechas, caras, nombres y lugares se repetían en medio de la
picana y la asfixia bajo el agua o con una bolsa plástica.
Después del primer interrogatorio –dijo el testigo-, fue llevado a un primer
piso donde había un salón muy grande. Allí había otros detenidos, unos veinte,
todos encapuchados. Prandina recordó que entre ellos había una chica muy joven
llamada Gladis y un tal Díaz que fueron liberados y pudieron exiliarse en el
exterior. También supo que Gustavo Stati, militante del PST estuvo cautivo allí
y aún continua desaparecido.
“Norma”, la mujer que decían buscar cuando entraron a su casa era la
coordinadora de la célula del PST a la cual pertenecía Prandina. Durante su
cautiverio supo el apellido, en la sala de tortura se cruzó con Norma Huder,
por debajo de la capucha la vio muy deteriorada.
Una vez sola, Prandina, salió de
Con el correr de los días, un oficial que se hacía llamar “Néstor” se presentó
ante Prandina. El hombre con rango mayor y muy respetado dentro de la base,
dijo ser su defensor. Le explicó que había un consejo de guerra que analizaba
cada caso y que en su causa él era su defensor. Con “Néstor” tuvo algunas
entrevistas a cara descubierta en las cuales le preguntaba sobre la visión que
tenía con respecto a lo que estaba pasando. Fue él quien le anunció que sería
liberado en cualquier momento.
“La filosofía de la tortura”
El sonido del timbre en el segundo piso del edificio donde estaban los
secuestrados tenía un significado macabro. El timbrazo anunciaba que los
torturadores subían a llevarse a alguien para interrogar. Prandina lo recuerda
como una tortura psicológica. Entre el sonido del timbre y el lapso de tiempo
que transcurría hasta que los verdugos elegían a su víctima, la tortura se
trasladaba a cada uno de los cautivos. Todos sufrían el miedo de ser el
próximo.
Prandina aseguró que la tortura era una filosofía y no un medio para tal fin.
“No había más que decir después los primeros interrogatorios y las torturas
continuaban”, aseguró.
El testigo fue torturado entre 8 y 12 veces de distintas formas. Había todo un
método que se apoyaba en la contrainformación que manejaban los interrogadores.
“Primero me mostraban media foto y preguntaban sí conocía el nombre de la
persona que allí aparecía. Negaba y sobrevenía una larga sesión de picana eléctrica.
Luego me mostraban la otra mitad de la imagen donde aparecía yo junto a esa
persona que era un compañero de la facultad”, detalló Prandina
Dos semanas antes de ser liberado, Prandina fue puesto en una celda individual
donde había solo una silla de playa hecha de mimbre. En ese lugar aislado de
sus compañeros de celda, los efectos psicológicos de la tortura le pasaron
factura. Harto del sufrimiento propio y ajeno pensó en el suicidio. Con el
mimbre de la silla intentó cortarse las venas, pero al final desistió.
Luego de su liberación se entrevistó dos veces en un bar del centro con
“Néstor”, quien lo vigilaba periódicamente. Al poco tiempo ingresó a trabajar
en el Puerto, en la zona que dependía de
Po
La pregunta siguiente fue por qué él estaba allí con su pasado como militante y
ex detenido desaparecido. El viceprefecto fue tajante: “porque acá podemos
saber en que andas”.
Prandina vive actualmente en San Pablo y después de 32 años declaró por primera
vez ante un tribunal lo ocurrido durante esos 45 días. Una de sus manos no deja
de temblar. Consultó con varios especialistas, pero no hay caso. Es una herida
visible que le dejó aquel infierno en
Habeas corpus sin investigación
Los padres de Prandina se contactaron con un oficial de la policía federal
de apellido Blanco, un amigo de la familia. El policía no les informó donde
estaba Ernesto, pero les dijo que se quedaran tranquilos.
Luego de la entrevista con el oficial, el paso siguiente fue presentar un
recurso de habeas corpus por su hijo. El recurso se interpuso en el juzgado
penal Nº 3 de la justicia provincial a cargo del juez Pedro Federico Hooft.
Los padres del testigo nunca tuvieron una respuesta de la justicia. A fines del
2007 una comisión de
Por recomendación del policía Blanco, una vez liberado, Prandina realizó una
declaración en el destacamento Peralta Ramos en la cual tuvo que decir que fue
“muy bien tratado” durante su cautiverio.
A pesar que existió una declaración frente a la policía que confirmaba que
Prandina había aparecido y que había estado cautivo por 45 días, nadie del
juzgado de Hooft lo llamó para tomarle declaración sobre lo que le había
pasado.
Pedro Federico Hooft está acusado de más de un centenar de crímenes de lesa
humanidad cometidos durante la última dictadura militar. El caso Prandina se
suma a una larga lista de causas sobre detenidos desaparecidos que recalaron en
su juzgado y que el magistrado nunca investigó.