Juicio Base Naval Mar del Plata, audiencia Nº19, día lunes 15 de noviembre.

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Declaración de  Héctor Daquino.

Cuando llegó a su lugar de cautiverio, Héctor Daquino, sabía que el lugar no le era ajeno. Desde 1974 hasta el 24 de marzo de 1976 había trabajado como albañil en la Base Naval local. Allí estuvo por más de un mes, luego fue liberado. Desde aquel entonces vive en Brasil.
Dos testigos declararon en una nueva audiencia del juicio a tres militares por crímenes de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detención (CCD) que funcionó en la Base Naval local. Daniel Darío Iani, con 8 años, fue testigo de cómo un grupo de tareas se llevó a su padre en 1977. Por su parte, Héctor Orlando Daquino fue secuestrado junto con un amigo y alojado en la Base Naval. Ayer cada uno contó su tragedia.
Daquino tiene las marcas del exilio en la voz. Después de tantos años en Brasil le cuesta encontrar las palabras correctas en español, el portugués se adueña por momentos del discurso. Minutos después del mediodía se acomodó en la silla frente a los jueces. A su derecha, detrás de los abogados defensores, dos de los tres imputados: el capitán navío Justo Ignacio Ortiz y el contralmirante Roberto Luis Pertusio. A la izquierda, los querellantes.
Daquino comenzó su testimonio por el principio, la noche del 20 de septiembre de 1976 cuando fue secuestrado junto a su amigo Jorge Ordóñez. Recordó que volvían del cine y vieron en Sarmiento y Juan B. Justo, un operativo militar. Intentaron escapar pero en la esquina de Martín Rodríguez y Alsina fueron capturados. Los secuestradores preguntaban por Ordóñez. Los subieron en autos distintos y los llevaron a la Base Naval. Uno de los secuestradores le era conocido. Lo había visto varias veces.
A pesar de estar encapuchado con su propio abrigo, el testigo supo que ingresaba a la Base Naval. El recorrido del auto, el ingreso, las curvas y contra curvas dentro del predio no le dejó dudas. Durante dos años hizo ese recorrido, trabajaba junto a Ordóñez en la constructora Guarino y les había tocado la obra de un edificio dentro de la base. Renunciaron el día del golpe de Estado del 76. Eran militantes de la UES (Unión de Estudiantes Secundarios) y tuvieron miedo de volver a trabajar. En los días de albañil en la Base Naval veía a diario a un hombre rubio de ojos azules y piel blanca. Siempre estaba de civil y le decían “Tigre”. Ese fue uno de sus secuestradores.
Daquino cree que lo ingresaron en un salón grande donde había otras personas. Ubicó el lugar arcano a la Escuela de Buceo, a pocos metros de la playa de la Base Naval. Allí estuvo por más de diez días encapuchado y sentado en una silla de playa de mimbre. Sabía que había otras personas por el ruido de la tos de algunos de ellos y porque supo identificar las distintas voces que pedían a los carceleros permiso para ir al baño. Calculó que había entre 40 y 60 personas, hombres y mujeres.
En el primer interrogatorio a base de picana eléctrica, Daquino sintió que había unas ocho personas. Dos le hacían preguntas y otros hablaban entre ellos. Le preguntaban por una camioneta que era de su padrastro y que él había usado para algunas reuniones con compañeros de la UES. También le pedían nombres de sus compañeros de militancia.
En una sola oportunidad pudo hablar con Ordóñez a pesar que estaba en el mismo lugar. Luego Daquino fue llevado a una celda individual. Allí permaneció hasta su liberación.
En el segundo interrogatorio le mostraron fotos de hombres y mujeres. No conocía a ninguna de las personas. “Eran fotos familiares, seguramente robadas en los operativos”, recordó el testigo.
Un día le dijeron que lo iban a liberar. Daquino preguntó si su amigo también salía y le dijeron que si. Lo subieron a un auto y lo dejaron atrás del cementerio de la Loma. Corrió hasta la casa de la mamá de Ordóñez y allí esperaron a su amigo que nunca volvió. Es un desaparecido más.
Daquino estuvo cuatro días en Mar del Plata y se fue a Buenos Aires. De allí a Brasil, su lugar en la actualidad. Daquino terminó la primaria en 1967. De aquella promoción de la escuela Normal recordó a Adriana Tasca, Fernando Yuri, Bernardo Ignace y Liliana Barbieri. Algunos permanecen desaparecidos y otros fueron asesinados en enfrentamientos fraguados.

 

Declaración de Daniel Darío Ianni.

Cuando se llevaron a su padre en septiembre de 1977, Daniel Darío Ianni tenía 8 años. Vicente Saturnino era militante del Partido Comunista Marxista Leninista (PCML). Había comenzado su militancia en Berisso, en el Gran La Plata y tras el golpe de Estado y por razones de seguridad se mudaron a General Pirán, al campo de la familia Bourg.
Daniel Ianni declaró ayer ante el tribunal oral federal 1. Más de 30 años después, recordó el día que se llevaron a su padre. Sabe que fue un día sábado. Él, sus padres y sus dos hermanos esperaban a Raúl Bourg, a su esposa Alicia y sus hijos para comer un asado.
Ianni recordó un gran número de autos que se acercaron al casco de la estancia, entre ellos una camioneta roja. Bajaron muchos hombres, todos armados y vestidos de civil. Decían que buscaban a Raúl Bourg.
El testigo contó que entraron a la casa y revolvieron todo. Le preguntaban si su papá tenía armas. Encontraron un rifle de aire comprimido que tenía Ianni y comenzaron a disparar a dentro de la casa, en una demostración de poder y terror.
Después de buscar y no encontrar, decidieron llevarse a Vicente. El padre se acercó le dio un abrazo y le dijo que después volvía. A pesar de sus ocho años, Ianni supo que su padre no volvería nunca más.
Los secuestradores se fueron y luego volvieron, pero no trajeron a Ianni. Intentaron llevarse el tractor y le pedían a la mujer que les entregara la documentación de los autos y del campo. Después de algunos días, un compañero de militancia de Ianni padre sacó a los chicos y a la mujer del campo y los llevó otra vez a La Plata donde vivieron con sus abuelos.
El miedo duró hasta no hace mucho tiempo. No se podía hablar de lo que había pasado y había que evitar el tema. El matrimonio Bourg, amigo de los Ianni y dueños del campo, desaparecieron días después. El cuerpo de Vicente saturnino fue hallado en una tumba NN en el cementerio municipal de esta ciudad en 2007. Junto a él estaban otros dos compañeros de militancia: Eduardo Caballero y José Changazzo.

 

Audiencia Nº 20, día 16 de noviembre.

Declaración de Ernesto Prandina.

“Volviamos como un trapo”

Un sobreviviente del centro clandestino de detención que funcionó en la repartición local de la Armada brindó detalles del lugar de cautiverio y del suplicio vivido. El 30 de noviembre comenzarían los alegatos de las partes. 

Ernesto Miguel Prandina vive en Brasil desde hace muchos años. Desde allí viajó una vez más para dar su testimonio como sobreviviente de la Base Naval en el juicio que se les sigue a tres militares acusados de crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura militar.
Prandina entró decidido a la sala. En pocos pasos ya estaba sentado y listo para contestar las preguntas. Con tranquilidad relató su cautiverio en el centro clandestino de detención que funcionó en la Base Naval. Sabía que los recuerdos son dolorosos pero necesarios, tal vez por eso supo dejar las emociones de lado cuando a todos los presentes se les hacía un nudo en garganta. Había que ser claro, contar con detalle el horror para que a nadie le quedara dudas de lo que fue aquello.
En 14/9/76, Prandina ya era un cuadro político del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) y una presa para los grupos de tareas de la Marina. El 13 de octubre lo encontraron en la casa de sus padres en Nápoles al 5300, en el barrio El Martillo. El jefe de la patota dijo llamarse Maidana y que pertenecían a la Policía Federal. Primero fue la capucha en la cabeza, luego las esposas y a la parte trasera de un auto de civil.
Como otros testigos en la causa, Prandina recordó que la clave de los secuestradores para entrar a la base era “Llevamos el paquete”. Lo subieron por una escalera externa a un edificio recién construido. Allí en el un salón grande había otros detenidos encapuchados y esposados como él. Con el tiempo pudieron decirse los nombres para que el que saliera primero alertara a las familias. Allí estaban Gladis Garmendia, Norma Huder, un chico de apellido Díaz, Javier y Gustavo Stati.
La primera sesión de torturas fue a los pocos minutos de llegar. Fue en el piso inferior del edificio ubicado cerca de la Escuela de Buceo. Prandina dijo que era una cocina. Las paredes tenían azulejos y había una mesada de mármol. Allí lo acostaron desnudo lo mojaron y le aplicaron picana. Perdió la cuenta de las veces que fue torturado en los 45 días de cautiverio. Sabe que un día se desmayó en medio de la tortura y llamaron un médico porque pensaron que se moría. El doctor dijo que estaba bien que podían seguir torturándolo.
Para el testigo, los torturadores eran oficiales. Personas preparadas para la tarea. Los carceleros eran suboficiales que sólo los daban la comida o los llevaban al baño. Un timbre sonaba para avisar que llegaba un secuestrado nuevo o que se llevaban a alguien. El chillido era otra forma de tortura, podía significar que uno de ellos moriría. “No éramos nada. Físicamente estábamos muy mal, pero psicológicamente estábamos peor”, reforzó Prandina como si fuera necesario.
Durante la tortura le preguntaban por algunos de sus compañeros de militancia y por el secuestro de un directivo de al empresa Ford que había ocurrido en Buenos Aires. Un hombre que decía ser cura les hablaba y los invitaba a hablar para poder aliviar el suplicio. El testigo pudo ver por debajo de la capucha que el supuesto sacerdote usaba borceguíes militares.
Después de un tiempo, Prandina fue pasado a una celda individual. De allí fue sacado para someterlo a dos simulacros de fusilamientos y a un “submarino seco”, mecanismo de asfixia con una bolsa de nylon. Allí también pensó en suicidarse cortándose las venas con pedazos de mimbre de la silla en la que se sentaba.
Un día fue llevado a una oficina donde había un oficial que se presentó con el nombre de “Néstor”. Delante de ese hombre se sacó la capucha y escuchó que quedaba libre. Tiempo después ya en libertad, Prandina se entrevistó dos veces más con “Néstor”. Lo vigilaba, le preguntaba en qué andaba y luego se iba.
Después de su cautiverio, el testigo empezó a trabajar en el puerto. Desde allí veía la Base Naval y sabía que en ese edificio en construcción había estado secuestrado. También lo supo porque los cubiertos para comer decían Armada Argentina al igual que los medicamentos que les daban cuando se sentían mal.
Las marcas del cautiverio en el cuerpo se borraron antes que las psicológicas. Prandina tuvo que cambiar el timbre de su casa. El chillido agitaba los fantasmas de aquel ruido que anunció la muerte para muchos otros.

El caso Prandina es una de las causas que respaldan el pedido de juicio político al juez Pedro Cornelio Federico Hooft, a quien se le imputan más de un centenar de delitos de lesa humanidad.
Los padres de Prandina presentaron un recurso de habeas corpus cuando su hijo fue secuestrado. El trámite cayó en el juzgado Nº 3 de Hooft. Nunca prosperó.
Una vez que Prandina fue liberado, el juez nunca lo llamó a declarar para saber que le había pasado. En 2007 en un allanamiento al juzgado Nº 3 fue hallado el expediente había sido archivado sin ninguna actuación.
Por consejo de un policía amigo de la familia y por su propia seguridad, Prandina declaró en una comisaría que, los 45 días que pasó en el peor de los infiernos, estuvo de vacaciones.

Marinos saqueadores.

Matilde Cristina Chiodini fue testigo del secuestro del matrimonio de Tristán Roldán y Delia Garaguzo ocurrido en Marcelo T. de Alvear al 1400, el 18 de septiembre de 1976.
La mujer es la hija del dueño de la casa que alquilaba el matrimonio. Ayer frente al tribunal compuesto por los jueces Nelson Jarazo, Jorge Michelli y Alejandro Esmoris contó que un grupo nutrido de personas armadas llegó a la casa y preguntó por los Roldán. Su padre le dijo que estaban en la casa de atrás. Se escuchó una ráfaga de disparos y vio como se llevaban al matrimonio envueltos en frazadas y heridos.
El jefe del operativo se llevó la llave del pequeño departamento y les dijo que no tocaran nada. A la semana volvieron con tres camiones. Saquearon el lugar, se llevaron hasta los focos de los portalámparas.
La mamá de Matilde había llegado hacía unos días de Buenos Aires y durante el viaje en tren de regreso compartió mates con unos jóvenes integrantes de la Marina. Los reconoció en el allanamiento, integraban el grupo que saqueó la casa. El relato de Matilde explica que fue la Armada la responsable del saqueo y el secuestro de Tristán Roldán y Delia Garaguzo, embarazada de tres meses.
La testigo recordó que cuando se fueron los militares, ellos entraron al departamento. Había manchas de sangre y una ráfaga de balas contra una pared. Todo indicaba que los únicos disparos que hubo fueron del exterior al interior de la casa.
El dueño del departamento acudió a la comisaría tercera, pero la policía no intervino. El matrimonio Roldán – Garaguzo continúa desaparecido.